Tarija la linda

Primer día

El bus sale de Sta Cruz a las 18.30. Previamente debo pagar el uso del terminal que cuesta 3 bolivianos. Lo suelen cobrar en todas las estaciones de Bolivia. Viajo por expreso Tarija por 150 bs. ($21). Se supone, son 12 horas de viaje en servicio Leito. Había otras opciones que rondaban desde los 130 a 200 bolivianos. No sé bien en que va la diferencia, pero termino optando por Expreso Tarija, que cuando voy a pagar veo que a algunas personas les cobran unos bolivianos más y a otras un poco menos. Ya en el bus, el asiento es bastante cómodo. Noto algunos detalles de roturas de tapizado. El bondi va lleno.

Apenas comienza el trayecto, mientras tengo señal, aprovecho para reservar un par de noches en el hostel Cultural Pata y Perro. Me llama la atención lo de “cultural”. Como viene siendo en todo este periplo, duermo gran parte del viaje, pero se siente en todo momento el esfuerzo del motor en las subidas. Tarija está a 1800 mtsnm aprox. 

Entre otras cosas, esta ciudad es conocida por su producción de vino. Así que voy pensando en encontrar un lugar donde comprar un par de ejemplares ya que no podré visitar, por falta de tiempo, alguna de sus bodegas. 

He leído que Tarija tiene el cuarto lugar en cuanto a PBI de Bolivia, superado solamente por las tres ciudades más grandes: La Paz, Santa Cruz y Cochabamba. 

 Llego a destino siendo las 6 de la mañana. Investigo un poco en la terminal sobre cómo realizar el paso a Argentina. Al parecer, hasta Yacuiba son 6 horas de viaje mientras que a Bermejo 3 y a un costo menor. Todo indica que iré por Bermejo, la frontera menos conocida, desde mi punto de vista, entre Argentina-Bolivia y al parecer la más pequeña también. 

La estación queda un poco alejada del centro por lo que tomo un bus en la esquina de la misma que me deja muy cerca del hostel.  

Servicios en la Terminal de Tarija 

  • Ventanilla de informaciones 
  • Kiosco 
  • Servicio higiénico 
  • Cajero Automático 
  • restaurantes 
  • Servicio de Taxis 

No me ubico para nada en la ciudad, pero por suerte existe google maps. Además, el hospedaje está a dos cuadras de la plaza principal así que, en cuanto a la ubicación, inmejorable. No tardo en ubicar el hostel.  

 Si bien es muy temprano, logro dar con el encargado rápidamente. Cómo aún no está listo el check in, luego de conocer el lugar donde me quedaré las próximas dos noches, me salgo a desayunar al mercado que está a media cuadra. En algunas páginas, describen este lugar como un “atractivo turístico”. Está rodeado de edificios de arquitectura colonial que ayudan a eso. De hecho, todo el centro de la ciudad tiene ese estilo. 

El mercado fue construido en 1932 y hace relativamente poco tiempo (2018) fue remodelado. En realidad, destruyeron el viejo y construyeron uno nuevo acorde a las necesidades actuales de una ciudad en constante crecimiento. 

En su tercer piso, el edificio cuenta con galerías para la exposición de arte y otras actividades culturales.  
La moderna infraestructura fue construida sobre 12.000 metros cuadrados. Está ubicada entre las calles Bolívar, Domingo Paz, Sucre y Trigo. 
El mercado central tiene accesos diferenciados, ascensores para los tres pisos, sistema contra incendios, sistema de extracción de humos y vapores en el área de comidas, y pisos de alto tráfico. 

Por cinco bolivianos me sirven un api con buñuelos que aquí se llaman de otra manera. Allí mismo probaré más tarde la famosa (y riquísima) sopa de maní. El mercado está súper ordenado y por supuesto se consigue de todo. Abundan los colores. Me sorprende que, además de las escaleras eléctricas y ascensores, haya sillas masajeadoras que por 1 boliviano te permiten 15 minutos de relax. Podes conectarte gratuitamente a una red de wifi (aunque por media hora), algo que en Santa Cruz de la Sierra, por lo general, no conseguí. 

Culminada la actividad más importante de la mañana, el desayuno, me acerco al museo paleontológico. La entrada cuesta 20 bolivianos. Es pequeño pero me parece muy interesante. En su interior, exponen colecciones de mamíferos fósiles, invertebrados, mineralogía, petrografía, antropología y arqueología hallados en las provincias de Tarija. Funciona desde 1940 y depende de la Universidad Juan Misael Saracho.

En el museo están los restos de «el hombre de San Luis», encontrados en la zona del mismo nombre, en el valle central de Tarija. La primera datación, hecha en Suiza, indica una antigüedad de 7.640 años a.c., según datos de espectro de masa.

A la salida del museo, voy para el mirador que tiene una copa gigante, pero está cerrado. Al parecer se llama “mirador de los sueños”. Un cartel impreso en una hoja A4, recubierta con un folio plástico y pegado con cinta scotch en el portón, informa que abre a las 14 y recién son pasadas las 11. 

Vuelvo al centro pasando por distintos mercados buscando mercerías porque quiero comprar un repuesto para mi mochila que se rompió. No hay suerte. Hay mercerías, pero no repuesto. Continúo camino hasta el otro mirador, el de la loma de San Juan, donde finalmente puedo disfrutar de una buena vista de la ciudad y las montañas que la envuelven. Me encantan los miradores. En Bolivia suele haberlos en todos lados, sobre todo en ciudades de altura.  

 En los alrededores hay mucho comercio, destacan los de repuestos de automóvil y ferreterías. Fantaseo con compras que podría hacer si estuviera allí con mi van (La camperización aún no comenzó, pero en mi cabeza ya hice muchas rutas con ella). Allí mismo también está el parque de las Flores, que agregan un bonito paseo. Doy chance a la caminata hacia la plazuela sucre y posteriormente el parque Bolívar, que me parece muy bonito. Sin embargo, según lecturas previas, al parecer tuvo su momento de oro previo a la guerra del chaco que enfrentó a Bolivia y Paraguay. Durante la contienda este parque “quedó convertido en páramo, sobre todo porque se convirtió en lugar obligado de paso de vehículos, que poco a poco fueron destruyendo la alambrada, los jardines y los árboles.” 

 Me da la sensación de una ciudad muy tranquila y amable para el transeúnte.  Muy cerca del parque Bolívar, me topo con el estadio IV Centenario donde juega el Ciclón, uno de los equipos sobresalientes de esta ciudad. Está abierto así que paso, sin pedir permiso, a verlo por dentro. No se observa que haya alguien por ahí. Pregunto en las afueras si ese día hay partido, porque he visto en las boleterías del estadio carteles que expresan «se venden entradas», pero no lo hay. Me hubiera encantado ver un cotejo de la liga boliviana. En ese momento descubro que, en realidad, el Real Tomayapo está jugando, pero de visitante.  

Volviendo hacia el parque Bolívar, doy con el castillo Azul. Había leído sobre el edificio, pero llegué a él sin buscarlo haciendo lo que más me gusta cuando conozco una ciudad, caminando sin guía, perdiéndome por las calles del lugar. En concreto, el castillo está ubicado a 10 cuadras de la plaza principal. Por lo visto, en sus buenos tiempos tenía un gran parque al costado. La historia del Castillo Azul nace con la fortuna de Moisés Navajas, uno de los comerciantes más adinerados de la región, quien decidió construir el castillo para uso familiar hace unos 160 años atrás. En aquel entonces la residencia era empleada como casa de campo por estar rodeada por un gran parque. La infraestructura (de tendencia europea del art noveau ) fue diseñada y construida (en 1900) por los hermanos Camponovo. 

Como expresa un artículo del diario elpais.bo “el emblemático Castillo Azul de la ciudad de Tarija, probablemente, es el sitio con mayor cantidad de relatos sobre espíritus y espectros.” Muchas son las leyendas que rondan a este patrimonio de la ciudad. 

Volviendo hacia el hostel doy la iglesia San Roque, una de las primeras parroquias construidas en el casco viejo de la ciudad (al menos desde 1791). Al parecer su construcción tardó más de 40 años. Llegar hasta allí desde la plaza principal precisa de cierto esfuerzo porque se ubica en la parte alta de la ciudad, por lo que hay al menos dos cuadras de pura subida. No es mucho, pero cuando uno está todo el día caminando, encontrarse con subidas a lo largo de la tarde se hace más pesado. Al igual que el castillo azul, la gestión de esta iglesia de privada y en el momento de mi paso por allí, ninguno de los dos edificios estaba abierto al público. 

Antes de llegar al hospedaje, me acerco a conocer la famosa Casa Dorada, que funciona como “casa de la Cultura” de Tarija.  El edificio, de estilo modernista, fue inaugurado en 1903, obteniendo el rango de Monumento Nacional en abril de 1992.   En su interior se encuentra actualmente la Casa de la Cultura de Tarija, donde se encuentran una galería de arte, una biblioteca, un teatro y un auditorio. Durante mi estadía hay una muestra de artesanía local y logro entrar al auditorio donde realizan un ensayo, al parecer, para una obra de teatro. 

                   Ya en el hostel, me dispongo a tomar unos mates luego de una ducha. Edu, el dueño de Hostel es simpático y orgulloso de su ciudad y origen chapaco (como se les dice a las personas de Tarija). Conversando con él descubro que algo que escuché al pasar en mi caminata por las calles tarijeñas no es casualidad y tiene que ver con la tonada y modismos a la hora de hablar. Es frecuente escuchar “che”, “vos” o “boludo” en conversaciones. No sé si será por la corta distancia entre Tarija y Argentina o por la historia misma de la ciudad, que a principios del S XIX estuvo en los intereses de las Provincias Unidas del Río de la Plata para anexarla a su territorio. 

 Acompaño a Edward hasta el mercado campesino a hacer unas compras. Me dice que me sorprenderé con lo barato que se consiguen los productos allí. No falla. Compra muchas cosas a poco precio. Por lo que veo en videos de Youtube, se trata de un lugar muy solicitado por los viajeros que pasan por la ciudad y realmente el mercado es gigante. De los más grandes que he visto.  

Mientras el atardecer domina la escena arriba de la multiplicidad de colores de frutas y verduras ofrece una imagen artística de presencia real, en vivo y finita porque solo durará unos minutos. En breve las personas del mercado ya se volverán a sus casas. 

Finalmente volvemos al Hostel. Antes, paso por una vinoteca. A sabiendas que aquí se produce buen vino tengo la intención de traerme un par de ellos a Tucumán. También compro un singani. 

A la noche el huésped se esmera en una cena para 15 personas. Converso con Álvaro que viaja con su madre y su pequeño hijo. Recorrió muchos rincones bolivianos y de otros países también. Participan amigos productores de Edu que hacen una entrevista en el Hostel a Lelé, quien fuera miss Bolivia según entiendo. Hay dos voluntarias brasileras, una alemana y dos franceses. La típica vida de Hostel, mucha gente con buena onda, de muchos lugares distintos, conversando ciertos tópicos repetidos de la vida occidental actual. 

El Hostel “Pata y Perro” no es solo un lugar para dormir sino un proyecto que intenta lanzarse como espacio cultural, sobre todo para compartir las riquezas artísticas y de producción artesanal que abundan en la ciudad de los capachos. De hecho, unos días después de mi estadía iba a llevarse a cabo un evento de desfile con participación activa de los miembros que componen el staff del hospedaje. 

El tarijeño es muy orgulloso de su origen y creo que el boliviano en general lo es. 

Segundo día.

El segundo día lo arranco a las 7.30 de la mañana. Voy hasta el mercado a desayunar. Me encanta desayunar en los mercados. En esa ocasión una taza de api con unos pastelitos de queso. De ahí camino al mercado campesino. Me han dicho que de allí salen los trufis destino a Markiri. No todo el mundo sabe de dónde salen. Me doy con esa situación cuando pregunto a comerciantes de la zona.  

Un inspector de tránsito me indica donde posiblemente consigo como llegar a San Lorenzo, que está cerca del objetivo. Me tomo una que me deja en Calama. Tarda aproximadamente media hora hasta ello. Mientras disfruto el viaje escuchando las cargadas que se hacen las personas qué van hacia Calama entre ellos. Al parecer uno de los pasajeros, que compró una olla de gran tamaño, está por recibir la visita de sus hijos que viven lejos y para agasajarlos hará alguna comida donde el protagonista del plato será un chancho. Las mujeres con quien bromea, que resultan ser vecinas, se apuntan al festejo sin invitación. 

La van me deja en Calama, que es un caserío. El señor y las señoras se bajan por allí y son vecinos, pero a grandes distancias unas casas de las otras. Desde allí comienzo la caminata que será de alrededor de una hora. Todo por calle de tierra y en subida.  Como siempre, un perro me acompaña en el periplo.  Llego al lugar de acceso dónde me cobran 10 bolivianos la entrada. Sigo caminando por unos 40 minutos por un sendero bien marcado. Las vistas son increíbles. Finalmente llego a los chorros de marquiri.  

Realmente valió la pena la caminata. El lugar es estupendo. Por la caminata y la presencia del sol, fui sacándome las prendas de abrigo hasta quedar en remera, pero en la zona de la cascada, donde no pega el sol porque la caída de agua está en una suerte de encajonamiento de dos montañas, está helado. La imagen es impactante. Me imagino que en verano la gente se debe quedar un buen rato. Igual me pregunto si para esa fecha estará muy fría el agua. 

 Para llegar a estar casi abajo del chorro hay que sortear unas rocas muy grandes con grandes chances de mojarte los pies. En algunos casos para pasar de una roca a otra hay que trepar un poco y para bajar deslizarse por la misma. A veces, no queda otra que saltar. Mientras disfruto del lugar me cruzo con Ernesto, que está guiando a un grupo de jóvenes de un orfanato. Les transmite la importancia no solo de conocer este tipo de lugares sino también aportar conocimientos para un adecuado cuidado de los mismos. Dice que puedo ver nidos de cóndores en la pared de una de las montañas que están alrededor del chorro. Me comenta además sobre otros lugares cercanos y potables para el trekking, aunque desconfía de la gente y la preservación que puedan tener estos senderos con la afluencia de la muchedumbre y el progresivo conocimiento de su existencia. La masividad suele arruinar las cosas. Finalmente me comenta sobre su proyecto de sur bike que, cómo su nombre lo indica, empezó con travesías en bicicleta pero que, con el tiempo, se expandió a otro tipo de actividades deportivas y de exploración. 

https://www.instagram.com/surbike_bolivia/

Retomo el sendero para volver y al llegar a la entrada descanso un poco con los pies en el rio Calama mientras disfruto de unas mandarinas que compré en el mercado. Después sigo camino hasta tomar un trufi por 2 bs pero solo hasta San Lorenzo. El pueblito era conocido como Tarija la vieja y allí vivió Eustaquio Méndez, más conocido como “el moto Mendez” que tuvo una destacada actuación en las guerras por la independencia argentina. Su casa, convertida en museo es de los lugares más visitados de San Lorenzo. 

 La ciudad mantiene un estilo colonial, bastante tranquilo y pintoresco. Me quedo allí alrededor de una hora, caminando por sus calles, aprovechando el sol de invierno hasta que pesco otro trufi, pero está vez para volver a Tarija.  

Llegado al hostel y luego de una buena ducha, me dispongo a buscar alguna tienda de café para comprar café boliviano. Camino por un par de lugares hasta que doy con café tentación. Allí compro una bolsa de 250ge por 30 bolivianos.  

Finalmente, por la noche y como una manera extraordinaria de despedirme de Tarija, un francés que se hospeda en el Hostel hace ñoquis caseros para todos. La buena charla acompaña la velada y siendo casi las 11 me retiro para acomodar la mochila y buscar el sueño. Se termina mi estadía en Bolivia y prácticamente mi viaje, pero debo levantarme temprano. 

Vuelta a casa.

Aunque cueste o no queramos, siempre se vuelve a casa.

El despertador suena a las 6, el mismo despertador de todos los días cuando me levanto para ir al trabajo. Reniego y me quedo unos minutos más en la cama. Esa es una buena chance que dan los días de vacaciones. Si bien había dejado la mochila lista el día anterior, algunas cosas esperaban ser acomodadas (cómo la toalla que había dejado colgado luego de bañarme). Antes de que el reloj marque las 7 salgo del Hostel y camino a la esquina donde me dijeron que pasan los micros hacia la terminal con la suerte de que llegando pasaba uno. Levanto la mano y pego un pique porque se estaba pasando de largo, pero logro captar la atención del chófer que frena. La tarifa desde el centro hasta la terminal es de 1.80 bs. Tarda alrededor de 20 minutos en llegar. El bus va cargado, pero no lleno. A la terminal, que está en los márgenes de la ciudad, llego yo nomás.  

Para ir a Bermejo hay combis o como es en este caso, autos compartidos que por 40 bs te llevan en un viaje de 3 horas hasta la frontera. El trayecto está bastante bien. La ruta a partir de Padcaya se vuelve súper verde. Me recuerda a la subida a Tafí del valle. Mucho rio, zigzagueo y árboles. Me parece que está bien. Lo que me perturba es que el auto no tiene a disposición los cinturones de seguridad.

Me costó encontrar en Bolivia micros, combis o autos para viajes que los tengan disponibles. En el auto vamos 8 personas (conductor incluido). El viaje se lleva a cabo como era lo esperable. Llegamos a Bermejo a las 11 aproximadamente.  Me habían recomendado pedirle al conductor que me baje en el puente internacional para no tener que cruzar en las chalanas porque a veces se ponía peligroso, pero me gana la curiosidad. Llegado a Bermejo no atino a conocer la ciudad, cómo suelo hacer en otras fronteras. Al ser una que no conozco y al parecer, más chica que la de La Quiaca-Villazón o Yacuiba-Pocitos, me apremia la necesidad de saber sobre la frecuencia de buses que me traigan o al menos acerquen a Tucumán. Entonces solo camino un par de cuadras por la calle que creo es la principal para dirigirme rápidamente a la zona de las chalanas. Más rápido de lo que esperaba, casi de manera automática, estoy no solo en la zona de embarque sino arriba mismo de una embarcación. El tráfico es movido y desordenado. De igual forma, hay una sensación de que ese «quilombo» funciona. En menos de un minuto y a cambio de 200 argentinos me cruzan hacia el lado argentino.  

Una breve caminata me acerca, siguiendo el malón de gente, a una pared por dónde suben la mercancía comprada de un lado o bajan hacia el otro y de paso también suben y bajan las personas. Luego me dirijo a hacer migraciones dónde me indican el camino por dónde debería haber pasado. Finalmente me voy hasta lo que parece ser una suerte de terminal. Desde allí salen los colectivos de flecha bus y balut. Este día solo veo buses de la primera empresa y otros de un nombre que no recuerdo que hace el recorrido hacia Oran. Es realmente muy demandado este bus por todos los comerciantes que, al parecer, van a esa ciudad.  

Tanto Bermejo como Aguas Blancas me traen mala espina. No sé porque es una zona a la que considero de paso, algo que no me pasa con frecuencia, incluyendo las otras que separan a la Argentina de Bolivia. Tomo finalmente un bus que llega a Güemes, porque desde allí, podré tomar otro que va hacia SMT.  

En cuanto tenga tiempo, volveré a Tarija. Me parece que hay mucho allí por recorrer. 

Links de interés

https://eldeber.com.bo/economia/tarija-convierte-viejo-mercado-en-moderna-infraestructura_73974

https://elpais.bo/archivo-ecos-de-tarija/20170209_244738-las-plazas-que-dividieron-a-la-antigua-ciudad-de-tarija.html

https://elpais.bo/reportajes/20200617_las-huellas-de-la-guerra-del-chaco-en-el-parque-bolivar.html

https://elpais.bo/archivo-sociedad/20150515_171111-los-espiritus-errantes-del-castillo-azul.html#:~:text=La%20historia%20del%20Castillo%20Azul,rodeada%20por%20un%20gran%20parque.

https://www.ibolivia.org/castillo-azul-tarija

https://www.boliviaturismo.com.bo/

https://www.turismo.produccion.gob.bo/

https://www.facebook.com/turismoyculturatarija/?locale=es_LA

https://tarijaturismo.com/

https://www.instagram.com/surbike_bolivia/

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