#Momentos_Indeseados 2º: Frontera Colombia-Venezuela

Viajar es una actividad que genera diversas sensaciones de felicidad y satisfacción, que suelen no ser plenas, aunque la vida occidental basada en el consumo así lo hagan creer. Sin embargo, a efectos de las actividades del ciclo vital de cada persona, es innegable que experimentar un periplo más allá de la distancia, destino o tiempo, es algo absolutamente disfrutable, estimulante y por lo tanto recomendable.  

Pero suele suceder que aparecen momentos que no tienen relación con situaciones alegres y placenteras, de las cuales no siempre se ven noticias, porque son cosas de las que, a veces, tampoco se quiere saber. Se trata de ocasiones que pueden ser tranquilamente feas, tensas y porque no hasta violentas. Por ello dedico este espacio llamado “Momentos Indeseados” a compartir pequeñas escenas ocurridas en diferentes viajes que tienen que ver con esas situaciones que no están planificadas bajo ningún concepto, que generan ansiedad, angustia, confusión y también una profunda reflexión. Sirven además para un nuevo aprendizaje acoplándose como parte misma de la experiencia no solo de viajes, sino de vida. En esta ocasión, lo incómodo que fue cruzar la frontera entre Colombia y Venezuela

Es el día número 17 de un periplo por el que transcurrimos en casi su totalidad por bus, exceptuando la vuelta a casa, que en esa ocasión seria por aire desde Caracas.  

De Tucumán a Salta para cruzar a Chile y desde allí “subir por el mapa” hasta Ecuador para, luego de unos días, continuar camino hacia Colombia y disfrutar las maravillas del país cafetero.  

Ipiales, Cali, Bogotá, Medellín y Cartagena de Indias nos regalaban asombrosas postales y experiencias en su estadía. Proyectábamos lo mismo para veinte días recorriendo su vecino país antes de regresar y así, culminar un círculo virtuoso de 45 días por el caribe. 

 Después de cinco días de acampe en el Parque Tayrona, en el noreste colombiano, nos conducimos hacia un nuevo país con la misma belleza paisajística y natural, pero con otras realidades. A pesar de ello, de lo que pudiera expresar algunas ideas más delante de acuerdo a lo vivido y observado (aclarando que dicho cruce se realizó promediando el mes de enero de 2012), con las limitadísimas conclusiones que pudiera sacar de ello, lo que aquí respecta es que se debía atravesar primero la zona territorial de tránsito social, la parcela, frontera o línea imaginaria que separa una nación de otra, que es donde justamente se la situación “indeseada”. 

La frontera entre Venezuela y Colombia parece ser noticia repetida en las últimas décadas, en comparación con otras. Al menos mi conocimiento previo solo se reduce a que “es peligroso” y en la web solo leo que la frontera de Cúcuta es aún más peligrosa (por ello la decisión de cruzar por el norte). 

La idea consistía en llegar a Maicao y zarpar cuanto antes hacia Maracaibo. Analizando distintos foros vemos la posibilidad de tomar un ómnibus que haga la conexión con regularidad, y con ello, llegar al atardecer a la “ciudad maracucha”. 

El trayecto desde Santa Marta hacia Maicao se hace más largo de lo esperado y llegamos a la terminal de buses, ubicada al este de la ciudad, encontrándonos con un lugar absolutamente “apagado”. Ninguna calle cercana invite a persona alguna a quedarse allí siquiera unas horas. Nos comentan que, para esa hora de llegada, que habrán sido las 17:30hs aproximadamente, ya no hay buses que crucen la frontera y que la última posibilidad es hacerlo en camiones, que suelen llevar personas en la caja. Sin hospedaje a la vista y sin ganas de quedarnos en esa ciudad fronteriza, rezongamos el hecho de haber dejado atrás una ciudad balnearia tranquila como Santa Marta que se prestaba para quedarse más días. 

 Sabiamos que volver no estaba en los planes ya que era preciso continuar hacia Maracaibo, ansiosos de conocer el cayo Sombrero, el pueblo escondido de Chuao en Choroní y disfrutar, más adelante, de los cayos de Mochima. Además de estar apretado con el calendario (teníamos vuelo programado para regresar a Argentina).  

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La idea de cruzar en camiones no es para nada tentadora. Literalmente se trata de camiones de caja abierta, similares a los de ganado y su apariencia es que están medio destartalados. No cobran mucho, pero se llevan un menos 100 en seguridad y confianza. 

En la misma situación se encuentran un grupo de jóvenes procedentes de Maracaibo (alrededor de 12 personas) que habíamos conocido días antes en el parque Tayrona y que estaban emprendiendo la vuelta. Nos cuentan que suelen vacacionar en ese parque colombiano y que, al igual que nosotros, solo les queda la opción de volver en el camión. Así se encuentran también dos daneses que hablan poco y nada de español y que anhelan cruzar cuanto antes la frontera. 

Así se simplifica la decisión. Si dos daneses que poco entienden del idioma se animan y por otro lado un grupo de doce personas que conocen el trayecto también le “dan para adelante”, ¿Qué puede “malir sal”?  Subimos con nuestras mochilas a la caja del camión, luego del pago, rumbo al próximo destino. Nos acompañan algunos personajes locales que sazonan el (incómodo) viaje. Durante el trayecto se siente cierta tensión en el ambiente, sin poder precisar la cuestión central. Se evidencia la actividad informal (sin ir más lejos la de llevar gente en la caja de un camión) como ser el comercio de gasolina, desde Venezuela a Colombia. De hecho, un “tacho” de unos 30 litros que emana un penetrante olor a nafta ubicado en una de las esquinas del camión, es utilizado como asiento por un hombre que fuma cigarro tras otro con una pose tan relajada que asusta.  

Las luces del día se extinguen al mismo tiempo que llegamos a la frontera, momento en que debemos hacer migraciones. Suponemos que ir acompañados por personas de nuestra edad, que se dirigen a mismo destino y que ya han hecho este trayecto nos va a ser de ayuda, además de proporcionarnos mayor confianza, y así es. Nos comentan que debemos estar atentos ya que muchas veces, al bajarse del camión para hacer los trámites migratorios, las personas pierden sus pertenencias, ya que la flota en cuestión sigue viaje. Tratándose de un viaje tan informal, en ese caso no habría queja que valga. De todas formas, también nos dicen que ellos deben pagar una suma de dinero para salir de su país, y que por ello al hacerlo no suelen sellar el pasaporte. Dicho de otra manera, no hacen el trámite migratorio. Así, nos invitan a realizar el trámite de salida en Colombia y de entrada en Venezuela con tranquilidad, ya que ellos estarán todo el tiempo en el camión cuidando nuestras pertenencias, y atentos también a que no nos dejen.  

La zona fronteriza de Paraguachon es pura ebullición, ruidos, luces y bocinas que aturden. Somos cuatro viajeros e intuyo cierta preocupación en mis amigos, al tiempo de una sensación personal de tensión constante. Sellada la salida, subimos nuevamente al camión para el ingreso a Venezuela. Allí el conductor se desvía levemente de la carretera principal, utilizando otra muy cercana a la primera, pero no asfaltada, con la intención de evitar la revisión por parte de los uniformados. Algo curioso puesto que es difícil que un artefacto del tamaño del camión pase desapercibido, de forma que a metros de cruzar mientras atravesamos una calle oscura por unos grandes árboles que tapan las pocas luces de la calle, la policía fronteriza da la señal de “alto” para requisar el vehículo. 

Menuda “sorpresa” se llevan los “pacos” al ver al menos 20 personas de tránsito. Subidos sobre las ruedas traseras del camión para poder ver al interior, centran su atención sobre nosotros y hacen chistes imitando el supuesto acento argentino, que, por supuesto se trata de la conocida tonada porteña, con acentuación en la “y” y la utilización exagerada del “boludo” y “pelotudo”. Las “rastas” de mi amigo se llevan un tiempo particular y sugieren, prejuicio mediante, la pregunta de si llevamos algún tipo de droga psicoactiva entre nuestra pertenencia. La situación es bastante incomoda, en tanto somos conscientes de que tanta informalidad junta puede desatar cualquier tipo de situación desventajosa para nosotros. Los chistes y pregunta de tinte políticos elevan la alerta y concentración, con la intención de no decir nada que nos pueda perjudicar. 

Afortunadamente, luego de quince (intensos) minutos, nos dejan seguir trayecto y el camión retoma la ruta. El camino se modifica enormemente evidenciándose sobre todo en el estado de la carretera, en la falta de iluminación y la prácticamente nula presencia de otros vehículos. Nos queda la duda si el poco transito es por el horario. Mientras, a falta de comodidad e iluminación, disfrutamos al menos de una espectacular noche estrellada. 

Alrededor de una hora después de adentrarnos a territorio venezolano el vehículo sufre un desperfecto que le impide continuar. Queda estacionado literalmente en una ruta cien por ciento oscura y en el medio de la nada. El chofer comenta que debemos esperar a que pase otro camión, para hacer el traspaso y continuar viaje. Será alrededor de media hora de espera hasta la aparición de otro viajante. Entre choferes arreglan entre ellos en base a lo ya pagado, y comenzamos a llevar las cosas de un camión a otro. Algunos pocos de los pasajeros tienen linternas y los demás tratan de sumar un poco de luz con la pantalla del celular, aunque, a decir verdad, una luciérnaga alumbra más.  

De manera impensada y sin saber de dónde, comienzan a aparecer personas que salen de lugares cercanos a la ruta, más que nada jóvenes y niños. Suponemos que de algún pueblo cercano imposible de visibilizar en esas condiciones. Se ofrecen a ayudarnos con el traspaso de mochilas y bolsos. Eso acelera el trabajo y podemos partir mucho antes. Es difícil percatarse de contar con todas nuestras pertenencias a falta de iluminación. Me consuelo al recordar que el poco efectivo lo llevo conmigo, al igual que mi pasaporte y tarjetas. 

Finalmente continuamos camino y luego de algunas horas llegamos a Maracaibo. Pasamos dentro de todo cerca de la terminal de buses, pero el chofer no frena ni de dirige hacia allí como esperamos. Minutos después culmina el recorrido cerca de la plaza de toros y nos dice que el arreglo con el otro camionero era dejarnos allí. En ese momento, mientras bajamos las cosas del camión, nos damos con que faltan algunas mochilas, que por suerte no son las nuestras.  Uno de los jóvenes estudiantes resulta ser el perjudicado por el faltante, que suponemos, se extravío sin querer (o queriendo) en el traspaso de un camión a otro.

Rondaban las 12 de la noche y nuestra suerte estaba en el limbo. Contábamos con un huésped en esa ciudad pero que nos esperaba recién al día siguiente con el que no habíamos podido comunicarnos, es decir que no sabía que ya estábamos en su ciudad. Afortunadamente uno de los viajantes se ofrece a darnos cobijo durante unas horas en su casa hasta que logramos dar con nuestro anfitrión. Recién allí y luego de un día y un poco más podemos relajar esos altos montos de tensión acumulados. Con “el diario del lunes” hoy podemos recordar aquel cruce y sonreír al rememorar aquellos días de aventura, acampando en islas casi desérticas, “haciendo dedo” para llegar a un destino y cruzar de esta manera una frontera. Sin embargo, guardamos además el sabor y la certeza de que esa aventura también aportó diversos momentos confusos, no gratos y, por tanto, indeseados. 

9 comentarios en “#Momentos_Indeseados 2º: Frontera Colombia-Venezuela

    1. Avatar de consejoalviajero

      jajaja si!! Cada tanto recordamos el suceso con los amigos con quien viajé, unos genios.
      Abrazo.

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      1. Avatar de vagandopormundopolis

        No me extraña:) pasa buen día un abrazo

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