Pienso que el hecho de que un lugar nuevo me guste demasiado en comparación a otros tiene que ver, en un gran porcentaje, con aspectos muy íntimos ligados a un momento exacto o cosas que de alguna manera están en relación con uno mismo, aunque a veces ni sabemos de qué se trata. Lo intuimos, o lo sentimos.
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Recuerdo cuando mi hermano y Benjamín, un amigo muy cercano, me recomendaron conocer Estambul. Me hablaron maravillas de la ex Constantinopla y la «vendieron» como oro puro. Hasta que meses después pude viajar allí, leí buena cantidad de artículos, blogs, foros y notas relacionadas a la ciudad. Vi mapas, videos y películas ambientadas o filmadas allí. Me imaginé caminado por esas calles y disfrutando, mate en mano, de una tarde en el Bósforo. Me aventuré en la cabeza con la cantidad de comidas nuevas para probar y allí mismo saqué millones de fotos a la torre Gálata y a las mezquitas. Como siempre, le di una vuelta de rosca más a la expectativa. Esa “seca” de más que siempre está, y te deja del otro lado. No podría decir que no me gustó, ni la inmersión a la fantasía previa ni el posterior conocimiento de Estambul. Faltaría a la verdad. Realmente disfruté y es una ciudad que me encantó. Sin embargo, es cierto que mis expectativas eran mayores. El clima no acompañó, llovió 4 de los 6 días que estuve allí. La caída de agua era intensa y las millones de fotos se redujeron, porque tenía que cuidar la cámara (que no era mía) de la lluvia. Sí hubo paseo por el Bósforo, pero no como el imaginado. Los pies húmedos por el descenso de agua por las abarrotadas y zigzagueantes calles con subidas y bajadas fueron una constante. A eso sumado un intenso frío, me parece que fueron los aspectos que más influyeron en que la vara no sea alcanzada. La comida si estuvo a punto. Y esos postres llamados “Baklava” que probé a la vera del Bósforo se llevaron todos los premios.
Así mismo, recomendé a aquel amigo que visitara Budapest, que personalmente me había “volado” la cabeza. Con el mismo frío de Estambul, lo cual se me ocurre que avizora esa chispa subjetiva que incrementa o merma sensaciones, o valores. De hecho, en la capital húngara me enfermé del estómago, hacía “bocha” de frio ¡Y también llovió! Iguales condimentos que la ciudad anteriormente nombrada. Pero con otro tinte, y otro sabor. Algo me dice, otra vez, que la sensación de menor o mayor disfrute está relacionada con algún tipo de identificación respecto a las personas que me recomendaron que visitara la ciudad turca. A lo mejor la suposición de algún tipo de saber y mi estima hacia ellos se ha colado en mis ideas y me ha llevado a pensar que podía también disfrutar y experimentar esa ciudad de la misma manera que (evidentemente creo) la disfrutaron ellos. Todo imaginario.
Volviendo al ejemplo, cuando este amigo volvió de Budapest me transmitió que, si bien le había gustado la ciudad, no lo suficiente a la par de otras. Es decir, y desde mi interpretación de su discurso, que no había podido captar, experimentar o sentir aquello que yo sí. Será que respecto a estas personas que pongo de ejemplo, ésta era una ciudad no conocida por mi círculo cercano. ¿Y será que de esa manera satisfago de alguna manera (y también imaginariamente) ese anhelo por “descubrir”, en este caso, una ciudad?

Que razón tienes, muchas veces en nuestro imaginario, esperamos más de los lugares o pensamos que van a ser espectaculares. Muchas veces tenemos expectativas muy altas y luego no eran para tanto. Supongo que como dices, dependiendo del momento, de lo que te suceda mientras visitas un lugar, de con quien vas, afecta a como se perciben los lugares a mi me ha pasado. Así que la solución será volver de nuevo 😉para ver que sensaciones se tienen en el lugar porque seguro serán distintas. Un saludo
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Siii, ojalá tenga la oportunidad de volver!!! Te mando un abrazo
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